Los libros de ficción abarcan un solo argumento, con todas las permutaciones imaginables. Los de naturaleza filosófica invariablemente contienen la tesis y la antítesis. Un libro que no encierra su contralibro es considerado incompleto.
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Entonces advirtió que estaba en cuatro patas. Permaneció un tiempo así, quizá meditando, quizá no. Quien sabe, es posible que la señora Xavier estuviera cansada de ser un ente humano. Era una perra de cuatro patas. Sin ninguna nobleza. Perdida la altivez última. En cuatro patas, un poco pensativa, tal vez.
Empecé a escribir una historia. Al poco tiempo me percaté de que ya había vivido este momento horas, días o años antes. Decidí dejarlo. La historia, pensé, ya está escrita.
Un famoso escritor tiene cáncer. Aprovechan y lo condecoran. Él se aburre y sólo maduritas llevan la banda. Cuando le preguntan si echa en falta algo dice que los tiempos del cólera.
Los textos se convirtieron en frases se convirtieron en palabras se convirtieron en sílabas se convirtieron en letras se convirtieron en sonidos se convirtieron en luz.
Un relojero encuentra una caja de zapatos, le abre dos agujeros y al mirar a través de ellos ve imágenes del pasado.
Un escritor, en un desesperado intento por escribir una buena novela, decide insertarse a él mismo en el libro.
En medio de una terrible pesadilla, una mujer decide, como único modo de escapar de los horrores que la persiguen, telefonear a la casa donde duerme para que los timbrazos la despierten y la pesadilla termine.
Kafka no muere de tuberculosis en 1924 sino que sobrevive a las cámaras de gas y acaba dando clase en una universidad norteamericana.
Un grupo de gente se encuentra en una sala de espera. Cada uno lleva en la solapa una etiqueta con su nombre y algunos datos sobre sí mismo. pero algunas etiquetas mienten manifiestamente, como esa que cuelga de un hombre con bigote y que dice «Margarita, 14 años, estudiante».